El mito de Medea

Hace un tiempo, charlando con mi amiga Lola, le comenté que me gustaría escribir un libro sobre la maternidad, desde mi punto de vista. Creo que cada vez somos más las mujeres que decidimos rebelarnos contra esa imagen perfecta que nos han vendido sobre la maternidad.

A los pocos días, Lola me sorprendió regalándome el libro del drama griego de Medea, porque consideraba que no podía escribir sobre maternidad sin antes leerlo.

He de confesar que sufrí mucho durante la breve lectura. No podía admitir que lo que sabía que iba a ocurrir, terminase sucediendo. Me cuesta aceptar que alguien en sus plenos cabales cometa semejante acto de crueldad, incluso consigo misma.

Lo que quería Lola provocar en mí con esta lectura, era una reflexión acerca de lo que les sucede a muchas mujeres tras la maternidad: que dejan de sentirse mujeres. Algunas son repudiadas por sus maridos, que ya no las miran con deseo y dan rienda suelta a sus pasiones con otras mujeres a las que no ven como madres. No creo que aquí tenga solo que ver la edad o la transformación física que algunas hemos sufrido tras la maternidad, creo que también hay motivaciones psicológicas.

El mito de Medea es una reflexión sobre el sacrificio de la mujer a causa de la maternidad. Una parte de nosotras muere. En ocasiones la matan los que nos rodean y, en otras, somos nosotras mismas quienes renunciamos a esa pieza importante de nuestra vida por nuestros hijos. Y me parece que esto es un grave error. Nunca deberíamos enseñar a nuestros hijos a renunciar a parte de nuestra identidad por otros. Considero que el amor maternal puede coexistir con el resto de nuestro ser sin que por eso vayamos a resultar peores madres. Deberíamos educarles en alcanzar la plenitud para ser felices consigo mismos, no a rompernos en pedazos por amor. Educarles en el autorrespeto y en defender su identidad ante los demás. Yo no considero que mi identidad haya cambiado por ser madre, no entiendo por qué algunas personas se empeñan en pensar que sí. Sigo teniendo sueños, quizá ahora más que nunca, y más fuerza para luchar por ellos. Continuo sintiéndome mujer y sigo deseando con mi cuerpo y con mi ser. Nada ha cambiado en mí, ni yo he actuado de forma que se pudiese entender así. Pero para algunos he dejado de ser una mujer, para ser solo una madre. Y las mujeres somos mucho más que eso.

El sufrimiento de Medea se debe a haber sido repudiada por Jasón para ser reemplazada por una princesa que, además, es más joven y hermosa. Y ella, que es una mujer fuerte e independiente para su época, se siente ultrajada tras todos los sacrificios que ha hecho por su pareja. Pero su forma de actuar no la comparto ni la comprendo. Ella se justifica con la pasión:

Sí, conozco los crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales”.

-Medea, de Eurípides-

Sin embargo, ni la más intensa de las pasiones puede justificar semejante crimen. Para mí, es más fruto de la desesperación o la locura. ¿Es Medea una asesina cruel y despiadada o una víctima de sus circunstancias? Como siempre, no todo es blanco o negro al cien por cien.

El mito de Medea se conoce desde siglos antes de Cristo, sin embargo, la naturaleza humana apenas ha evolucionado desde entonces. Y si lo hemos hecho, quizá haya sido a peor. Las enfermedades mentales cada vez son más frecuentes entre nosotros y hechos terribles como el que comete Medea siguen sacudiendo nuestras conciencias a través del televisor. Ayer mismo, descubrimos que una madre había asesinado a sus hijas antes de suicidarse. Nos llevamos las manos a la cabeza y no logramos comprender qué le llevó a hacerlo. Yo solo puedo pensar que fue víctima de una terrible desesperación, del dolor de verse separada de sus hijas a causa de un divorcio. O por venganza. Sin embargo, nada de esto puede defenderlo. Ni la locura… No la defiendo, jamás podré defender a ningún hombre o mujer que realice semejante atrocidad. Pero ella no es la única responsable de lo sucedido. Me parece terrible que nadie a su alrededor haya sido consciente del sufrimiento que esa mujer estaba soportando. Que se haya sentido tan sola y desesperada para arrebatarle la vida a sus hijas. Que no haya tenido ayuda ni la capacidad de pedirla. ¿Cómo es que nadie se dio cuenta? ¿Cómo es que nadie percibió la tristeza en su mirada, en sus gestos, el dolor en sus palabras? ¿Por qué nadie le tendió una mano y le dijo: estoy aquí para escucharte? ¿Por qué estamos todos tan ciegos que no nos damos cuenta del dolor que nos rodea?

Dejemos de pensar en banalidades, dejemos de ser tan egoístas. Quitemos el filtro de nuestros ojos y veamos la dura realidad, esa que no queremos observar, pero que está ahí, y que sería mucho más agradable si todos nos ayudásemos y nos tendiésemos la mano de vez en cuando en vez de centrarnos en nosotros mismos.

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