
Siempre he percibido la escritura como una necesidad, como la forma de expresarme con el mundo, de desahogarme, de dar rienda suelta a las emociones, a diálogos que vivían en mi cabeza, a mundos todavía no imaginados. Incluso a dejar salir todo lo que una vez encerré en un lugar oscuro.
Así, escribir puede llegar a ser una terapia para quienes, incapaces de abrirse y compartir su dolor, lo proyectan a través del papel y lo arrancan de su corazón. Escribir puede llegar a ser un salvavidas.
Ahora que me he permitido inventar otras vidas, desarrollar personalidades diferentes… Soy consciente de que tengo un bisturí en mis manos que me permite diseccionar los cerebros de mis personajes para comprenderlos. Entender su comportamiento, conocer sus miedos, sus motivaciones, sus pasiones… Este es un gran poder. Lograr, por un instante, modificar tu forma de pensar para ponerte en los zapatos de otro. Porque no, no todos nuestros personajes son nuestro alter ego, o nuestro yo frustrado, ni están basados en alguien real (aunque esto pueda darse alguna vez) …
Ser escritor implica observar lo que te rodea, fijarte incluso en los detalles más insignificantes, analizar la información en profundidad e intentar extraer conclusiones, aunque a veces puedan parecer erróneas. Tan solo son opiniones personales. No, no tenemos el don de la verdad. Ni el de la adivinación. Sin embargo, creo que todos los escritores compartimos esa mirada curiosa, esa forma diferente de contemplar el mundo y de hacernos constantemente preguntas, algunas de ellas incómodas.
Cuando observas tanto dolor alrededor, es cuando se hace más necesario evadirse e imaginar otros mundos, otras vidas… Historias que ayuden a nuestros lectores a eludir la realidad, a relajarse, a reírse. Pero, también considero preciso abordar temas duros, incómodos o dolorosos. Temas que remuevan conciencias o que puedan ayudar a alguien a abrir los ojos y contemplar la dura realidad que le rodea, o incluso empujarle a tomar una decisión. Provocar una catarsis.
Decía Aristóteles que “la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones”, al conseguir que el lector se vea reflejado en el personaje y comprenda las consecuencias de sus posibles actos.
Me encantaría provocar esa catarsis en mis lectores o ayudarles, sembrando esperanza en ellos. Esta fue la finalidad de mi primera novela “Puede que algún día…”.
Escribir es un acto solitario que requiere de dos partes contrapuestas: una creativa y otra analítica, capaz de decidir si lo creado tiene calidad y coherencia. Es un diálogo interno con uno mismo, es permitir que otros personajes te posean, es escuchar sus voces, sus risas, sentir su dolor, vestir su piel. Una montaña rusa de emociones. Viajar con tu imaginación. Vivir más en ese sueño que en la vida real. Rozar la locura. Es un trabajo, es placer y es sufrimiento también. Es ser tu propio juez. Analizar con dureza lo escrito, y, a veces, poder decir “¡Guau!, ¿esto lo he escrito yo?”.
Escribir y permitir que alguien te lea son actos de valentía. Tanto enfrentarse a la hoja en blanco como al juicio del público, supone dar un salto al vacío, sintiendo todo el vértigo de la caída. Cuesta hacerlo cuando estás al borde del precipicio observando la oscuridad, pero una vez que lo has hecho, solo quieres volver a experimentar esa vorágine de emociones.
Y para ti, ¿qué significa escribir?