
Querido extraño:
Por suerte para mí, no has vuelto. Ya no espero que lo hagas. Supongo que aquel día fue una simple casualidad que nuestros ojos se encontrasen mientras te dirigías a alguna eventual reunión. Y me alegro de que haya sido así, porque dudo que tuviese la fuerza suficiente para superar un segundo encuentro. Es curioso que alguien pueda calarte tanto con tan poco. Y tú lo has hecho. Eso me asusta, pero me siento aliviada de saber que no vas a volver.
Por otro lado, he descubierto que me gusta escribirte. Quizá sea porque eres un extraño y no me importa lo que pienses de mí. Me siento libre, más yo que nunca, capaz de confesarte cualquier cosa y eso es lo que haré a partir de ahora. Sé que estoy haciendo trampa, porque es muy fácil sincerarse cuando sabes que el otro nunca leerá lo que has escrito.
Aquí va mi primera confesión: me siento decepcionada de que no hayas vuelto. La sensación que experimenté fue tan intensa que, si para ti también lo hubiese sido, supongo que lo habrías hecho. Habrías vuelto a buscarme cada maldito día, hasta que me hubieses encontrado.
Aquí va mi primera confesión: me siento decepcionada de que no hayas vuelto. La sensación que experimenté fue tan intensa que, si para ti también lo hubiese sido, supongo que lo habrías hecho. Habrías vuelto a buscarme cada maldito día, hasta que me hubieses encontrado. O habrías hablado con el camarero con el fin de descubrir algo sobre mí. Pero no lo hiciste. Supongo que solo fui un poco de diversión extra en tu ajetreada vida. Querías romper con la monotonía de una vida de apariencia perfecta. Solo un juego, incluso puede que no fuese la primera vez para ti. Estoy convencida de que los hombres como tú necesitáis llevar una doble vida, porque no soportáis la falsedad de la perfección que os rodea.
Vamos a jugar a un juego al que me gusta jugar: voy a adivinar qué clase de persona eres. Creo que eres un hombre de negocios triunfador, quizá hasta tengas tu propia empresa. Vives en una buena casa, acorde a tu clase social, por supuesto. Tienes muchos amigos, aunque ninguno al que puedas mostrar tu verdadera cara. ¿Estás casado? No tuve tiempo de fijarme en tus manos para averiguarlo. Pero voy a apostar a que lo estás. Seguramente tengas una mujer preciosa, con un cuerpo perfecto, inteligente y de tu misma clase social, como no. Incluso puede que tengas hijos. ¿Sabes? No consigo imaginarte como padre, cambiando pañales, acunándoles, jugando con ellos, besándoles. Quizá seas uno de esos padres distantes, tan ocupados con su trabajo que apenas ven a sus hijos y cuando se dan cuenta, son tan mayores que están a punto de abandonar el nido. A lo mejor es algo que has aprendido que tiene que ser así, porque es lo que has vivido. Criar hijos para que se conviertan en personas de éxito, pero sin el mínimo resquicio de amor.
Puede que me esté aventurando demasiado, pero si me dejo llevar, podría inventarte una vida desde tu más tierna infancia. ¿Cómo eras de pequeño? ¿Fuiste un niño alegre o introvertido? ¿Cuáles eran tus sueños? Todo eso me gustaría saber. Analizar hasta el más mínimo detalle. Sin embargo, tendré que conformarme con imaginarlo. Pero eso es algo que se me da bien…