Mi máscara

Querido extraño:

Ayer fue un día de esos. De esos en los que dejo vagar mi mirada sobre la gente que camina por la calle. Un día de esos en los que invento historias acerca de los desconocidos con los que no he tenido la oportunidad de hablar. Aunque, en alguna rara ocasión, son ellos lo que se acercan a mí, como si supieran que estoy ahí, esperando, siempre dispuesta a escucharlos.

Sí, ayer fue un día de esos. Una anciana, de aspecto frágil, se sentó frente a mí en la mesa de al lado y comenzó a contarme su vida. Se sentía sola desde que había enviudado; sus hijos vivían en otras ciudades y apenas la visitaban. Por su parte, se negaba a mudarse a otra ciudad e instalarse con alguno de ellos. Con lágrimas en los ojos, me contó lo mucho que echaba en falta a su marido, a pesar de confesarme que la había maltratado durante toda su vida. Por si fuera poco, también le había sido infiel.

Eso me ha llevado a pensar en lo absurdo que resulta el amor en ocasiones, que puede provocar que aceptes como normal este tipo de comportamientos, e incluso llegues a añorar lo que te hace daño. ¿Es amor de verdad o puede que simplemente sea costumbre o dependencia? Me cuesta creer que, en realidad, se pueda amar a alguien que te hiere de tal manera. Tiene que ser otra cosa. Una adicción, una droga que nos nubla la razón.

¿Sabes? Una vez yo también me sentí así. Experimenté un amor tan intenso por una persona, que ahora he podido comprender que estaba enferma, que cuando fui consciente de que aquello tenía que terminar, creí morir. Sin embargo, aquí sigo después de todo, viva. Puede que haya perdido la fe en el amor, no lo niego, pero mi corazón late y eso es suficiente por ahora. No quiero que se acelere, he de cuidarlo, mimarlo, intentar controlar sus locos arrebatos por hombres desconocidos. Aunque he de confesar que tú eres el primero con el que me ha sucedido. Me gustaría saber por qué. Descubrir qué tienes de especial para haberte colado por una rendija y negarte a salir de mi mente. ¿Por qué tú? ¿Por qué no el camarero que me sonríe todos los días o alguien con quien me pueda tropezar en el supermercado o cuando salgo a caminar? ¿Por qué, entre tanta gente, tenías que ser tú? Tan opuesto a mí, o eso creo, aunque quizá me equivoque y sea solo en apariencia. A veces pienso que ni yo misma sé quién soy, que vivo una vida contenida por miedo a volver a sufrir. No sé si podría soportarlo.

¿Y si tú te has cruzado en mi camino por esa razón? Para que descubra quién soy en realidad, para que me atreva a retirar la máscara y pueda dejar de fingir que todo está bien, dejar de contenerme, de medir cada paso que doy… Poder ser libre al fin. Sentirme libre de verdad, sin pensar en las consecuencias. Sin pensar en el mañana. Para mí, ser libre, significa eso: dejarse llevar, actuar según tus deseos, sin culpas o remordimientos. Porque, ¡quién sabe si mañana seguiremos vivos!

Sin embargo, tú no has vuelto, y quizá haya perdido mi única oportunidad de descubrir mi esencia, de revelar lo que tengo oculto muy por debajo de la piel. Puede que ya nunca lo haga. Y eso me llena de tristeza. Pero, al menos, continúo respirando, aunque a veces cueste coger aire y tenga que mentirme para seguir adelante.

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